sábado, 31 de octubre de 2015

Santander, Todo un Maestro de las Artes, por Laura Toscano Monterroza


   Cuando se habla con Hugo Santander Ferreira podrían pasar horas, días y hasta años y faltarán temas por abordar y sobrarían hechos que sorprenden.

   No es para menos, este hijo de Bucaramanga es docente, dramaturgo, poeta, actor y un eterno aprendiz.

 " (...) a los 14 años montaba obras de teatro en el colegio siguiendo un manual de instrucciones..."

   Santander estuvo de visita en AL DÍA Sincelejo ciudad que conoció llevado por el amor a una mujer y a la poesía: participó en el Cuarto Festival de Poesía de Tolú en meses pasados.

   Estudio teatro y participó en varías obras, escribió guiones de largometrajes en inglés y estuvo en varios países. Su primera novela "Nuevas Tardes en Manhattan", trata de los inmigrantes.

   La novela se publicó en el año 2000 y cuando ocurrió en 2001 lo de las Torres Gemelas llamó la atención de un editor en Barcelona, José Cayuelas, quien compró los derechos por 10 años y sacó una edición de tres mil copias que todavía se está vendiendo.

   Sin embargo, en el libro de hizo énfasis fue Himnos a la Muerte.

  "Lo escribía a mi hermana fallecida, quien murió cuando yo tenía 10 años; ella tenía dos. Es un homenaje a ella pero también un mensaje de esperanza para todos aquellos que han perdido un ser querido: 

¿A qué viniste Cristina? 
¿A padecer acaso el Universo? 
Los bosques, las ciudades, ¿fueron nuestras? 
Amaste, naciste entonces, falleciste, 
La vida pasa, el amor en cambio es para siempre

   El libro lo componen 10 poemas que hablan sobre el amor, la soledad, los viajes "y hay un poemario que se llama Plegarias, que es una conversación con Dios".




   Periódico Al Día, Sincelejo, 17 de septiembre del 2015

sábado, 17 de octubre de 2015

Prólogo a "Himnos a la Muerte", por el poeta franco-mexicano Francis Mestries

El primer poemario de Hugo Santander “Himnos a la muerte” es una gran elegía a la muerte de su hermanita cuando ella tenía dos años y él diez años, tragedia que lo dejó “huérfano” y que cambió su vida y su forma de ver el mundo para siempre. Es un duelo que le dejó una llaga abierta mucho tiempo y cuya cicatriz aun le causa escozor. Es también una bitácora de viaje en el espacio y el tiempo, pues el autor es un desterrado voluntario que ha recorrido el mundo y vivido mucho tiempo fuera de su país, Colombia: Cartagena y la costa del Caribe, los países europeos (Inglaterra, Francia), Asia, Estados Unidos son los escenarios de estas errancias;  en un tiempo transcurrido entre los años setenta, edad de su infancia y de su pérdida fraterna, y los años 2000, últimas trashumancias. La muerte de su hermana parece haber sido uno de los disparadores inconscientes de sus vagabundeos y de su búsqueda espiritual. En efecto el poemario es también la historia de un camino al encuentro de Dios y de comunión con Cristo y con la Virgen.

En “Reyes del Mundo”, el poeta nos habla de su amor por su hermana, y de su repentina enfermedad y muerte. La muerte de su hermana fue la muerte del niño que era, de ese paraíso de la infancia donde vivía feliz, en total empatía con su hermana que era el rayo de sol de la familia, y en armonía con el universo:

Tu partida inesperada es mi partida
¿Adónde has ido?
Tus abrazos, tus respuestas aún regresan
¿Adonde , hermanita, amiga mía?
 ¿A qué viniste, Cristina?
¿A padecer acaso el universo?

En otro poema narra la enfermedad de su hermana, su tormento médico en el hospital, y su separación, como si le arrancaran un pedazo de su cuerpo:

Vimos su rostro sesgado por serpientes,
Agujas que herían sus brazos,
Electrodos traspasando sus bronquios (…)
El universo enmudeció, el sol descolló
Y ella, confundida, dejó sus ojos risueños

En efecto, a pesar de los conjuros, plegarias y presagios, las tejedoras de mortaja acabaron su tarea.

La noche cayó en ella
y yo en ella desvalido 
Cada noche me acerca hacia sus brazos

La noche la invadió e invadió todo el mundo del poeta, y desde entonces la noche es el lugar donde ella lo visita, y con la lluvia le dibuja risas y mariposas en la ventana.  Su amor perdurará más allá de la muerte de su hermana, porque el Amor es más duradero que la vida y la muerte, y permite al hombre trascender su finitud para alcanzar la eternidad:

La vida pasa; el amor, en cambio, es para siempre
Allende, tu inocencia renace en la alborada 
Sobre las risas grises y las agrias noches

En “1997”, la visión del autor sobre la muerte se universaliza para descubrir, a través de sus correrías sin rumbo por el mundo, su extranjería consubstancial, sus encuentros amorosos casuales, su condición de desterrado de la dicha de la vida:

Periplos por un globo enfermo navegué
Copulando sobre túmulos de piedra
Destruidas las playas que albergaron sus bailes

Y concluye con este lamento desgarrador:

Nadie perece hasta que su bienamado muere

Y esta conciencia de la muerte “contamina” todas las cosas, todo es relativo, incluso lo efímero del reino y de los estados, a través del estribillo: Cuántas naciones han muerto, cuantas sobreviven.

“Epitafio” es una elegía-plegaria a su hermana y al Amor, pues su hermana era la encarnación del Amor, que borró la terrible presencia de la guerra y sus hecatombes. “Mamita Carmen”, su nona,  es la intuición de la certidumbre del reencuentro del poeta con su hermana en la otra vida, como Mamita Carmen le abrió sus brazos a su hermana en el paraíso. Ella era la figura maternal, encarnación de la bondad, que resistió a la mala suerte y a los chismes de los “bienpensantes” de sacristía, reminiscencia de “Los maderos de San Juan” de Silva. En “Elogio de la muerte”, puerta a la vida eterna, que libera al hombre de su prisión de polvo ajeno y presuntuoso; su salvoconducto para reencontrarse con su hermana. Pensamos en Jorge Manrique y sus “Coplas a la muerte de su padre”, y también en León de Greiff y su poema “Señora Muerte”.

”Sobre las Playas Griegas” utiliza como figuras retóricas las diosas y heroínas de la mitología griega. En “Gea”, el poeta se vale de la alegoría de la diosa de la Tierra y compara su separación de la mujer amada con el abandono de la Madre Tierra por los hombres, que la maltratan y la injurian con “la impostura de las ciudades.” Resalta en estos poemas una visión melancólica del amor, pues el autor experimenta en sus exilios amores clandestinos, fugaces o impósibles, frutos de encuentros casuales.

“Antígona” es el símbolo del deber de memoria, de honrar a los muertos; es para Hugo la imagen de su amor de adolescencia frustrado que fue parte aguas en su vida, y que recobra al recorrer calles y esquinas de su juventud. Así mismo, en “Dido”, el poeta se identifica con la reina derrotada de Cartago que se lamenta por la destrucción de su ciudad, y por la muerte de su amor; para el autor, encarna la inocencia de la “juventud, que es una barca que no regresa.”

En ”Ciudades que me Desterraron” Hugo Santander nos lleva de la mano por sus vagancias por ciudades del mundo.  Utiliza un recurso retórico, la antropomorfización de las ciudades que recorrió, que convierte en mujeres, como Baudelaire, Apollinaire, Cendrars, Eliott, Lopez Velarde, etc.

Inicia con “Bucaramanga”, ciudad natal del autor, que recuerda como un perdido Edén, hogar de la sombra tutelar de sus ancestros, de su primer estremecimiento amoroso, sentimiento que experimentó por su hermana pronto desaparecida. El eterno Ulises caminante añora su Ítaca, su raíz y su solar,

Cuyas ánimas desde el valle de los muertos
Conducen mis palabras desde ventanas seguras

Y donde está vivo la fuente de su recuerdo, el recuerdo de su hermana que le dejó la revelación del amor y de la eternidad:

El infinito brota del primer tronco  

“Cartagena” es una muchacha que amó en su adolescencia, y que añora evocando la magia de noches y albas en la playa, pero este amor puro naufragó en el destino de los bajos fondos de esta ciudad de perdición.  “Bogotá” es la gran Puta, la urbe de oligarcas hipócritas que asesinan con la ley en la mano, de leguleyos enviados a legalizar el despojo, de beatas y mochos que santiguan sus orgías, de beodos santurrones, ciudad putrefacta que avanza titubeante pero no acaba de morir. En “Filadelfia” se trasmina el desencanto del autor que se dejó encandilar por sus torres luminosas y se convirtió en lacayo de los poderosos, sin dejar de ser un inmigrante con ínfulas de WASP en esta ciudad construida sobre los cuerpos de esclavos, ilegales y polizones. Así mismo, en “Chicago” el poeta sufre su condición de presidiario en “un país de prisioneros”, que internalizan las mazmorras y las macanas; condenado a sobrevivir en barrios bajos, se deja consolar por “meretrices y mercaderes” que lo atraen reluciendo sus señuelos o “venenos”, y se refugia en el recuerdo de “su casa”, aunque sea otro infierno. “Oporto” es la ciudad de palacios y glorias decadentes, cuyo abolengo lo fascinó al inicio, pero es una ciudad donde nadie en sus predios era libre. En cambio, “Córdoba” es la amante sensual de vientre cobrizo y de torres (pechos) dorados, donde el poeta exorciza la nefanda historia de la Conquista, y donde se refresca al cauce del gran río nutrido por sus tres afluentes: gótico, sefardí y musulmán. El “World Trade Center” de N-Y. es un espejismo que da la ilusión a los indocumentados desempleados de compartir el vértigo imperial de la dominación del mundo, “en la cumbre de todas las naciones”, sin darse cuenta que, como la Estatua de la Libertad que “derrite su cal en el mar, estas torres pronto serían derribadas por “otros herejes”. En “Bishkek” el poeta lamenta la caída de esta ciudad opulenta que fue “imperio de la seda” y el derrumbe de las ideologías de justicia social que quisieron transfórmala y acabaron en corruptelas, y su triste condición actual  indigente y servil ante la potencia más rica.  Vagabundeos por el mundo que dejan experiencias y aventuras, pero también una mirada desengañada sobre los países del primer mundo, y el escozor de las “saudades” de sus ciudades de la infancia.

La fibra religiosa del poeta se explaya en la siguiente sección del libro: “Plegarias”. El autor recuerda a sus lecturas bíblicas y a los grandes poetas místicos españoles para expresar su fe profunda. Así, “Gratia plena” es un cántico a María, refugio del autor en sus desventuras, protectora en los casos desesperados: “Cuando las tumbas brotaban/ tú siempre en el silencio estabas.” En el poema “Dominus Tecum“, Hugo emplea metáforas de la naturaleza, como en el Cantar de los Cantares y en San Juan de la Cruz, para aquilatar la belleza física y espiritual de la Virgen:

Ante mí fulguraste sosegada;
Cada madre podía irradiar la luna
En tu luz el aleteo de las aves
La caricia del ciervo en tus cabellos
La tersura y la fragancia del olivo
Son destellos de un día apacible

El carácter veleidoso y voluptuoso del autor se sosiega ante ella, al percatarse que la carne es débil, y que la humildad ante ella es la clave de la resurrección, porque ella es “Amor, amor sin muros.” En “Confesión”, el viaje es una metáfora del paso del tiempo, que el espejo va grabando en el rostro del autor. Pero el espejo es también un armario que guarda sus edades pasadas, una puerta hacia su doble, su “doppelganger”, que quedó en el pasado, al lado de una mujer francesa que amó en el Sur de Francia. Finalmente, el espejo esconde un “ánima que persiste” más allá del tiempo. “Adonai” es un poema de gratitud a Adonai, Cristo, Dios, cuya visión iluminó al poeta en las alturas de los Andes. Al enfrentar los peligros de su vida aventurera, de los que salió bien librado al encomendarse a Él, dejó su manto de soberbia romántica de juventud para acogerse a su amparo:

Solo tú, Adonai, me salvaste del puñal;
Me entregaste la sabiduría, Adonai

Por último, “Penitencia” es un canto al amor físico, en contra de la hipocresía de los doctores de la fe, los mochos y beatas; el poeta convoca a Swedenborg para afirmar que el éxtasis físico no se contrapone al amor místico a Dios, incluso se pueden confundir, no en su objeto, sino en su impronta en los sentidos y la mente, y en su expresión artística, como en Santa Teresa y San Juan de la Cruz.

“El Azar y la Niebla” culmina el libro con reflexiones sobre el sentido o sin sentido de la vida, pues el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. En “Heridas”, entre la niebla, al azar de las sombras, Hugo descubre que detrás de sus heridas que la vida le legó, se yerguen sus espinas. “Ennui” es otro nombre del Spleen de Baudelaire, remite a los tragos, los cigarros, al hastío y el desengaño: la humanidad se resume en “el puñal y el adulterio”, y la vida no se parece a las promesas de un amor de juventud, solo deja una sensación de asco y de tedio, la “guayaba” de una vida disipada. “La Promesa” es una meditación sobre la inconsciencia e incompletud del ser humano, que destruye lo que ama:

Creé y no creí
Creí y no creé
Amé y desamé

Solo las penas dejan al hombre unas lecciones de vida:

Hay secretos que solo la aflicción revela

En “Coincidencias”, el poeta encuentra un sentido en la belleza de las cosas simples, cotidianas:

El universo es el absurdo más hermoso 
Que preserva la rosa y su presencia

El autor buscó olvidar el recuerdo doloroso y entrañable de su hermana muerta, mezclándose con los seres de los submundos: inmigrantes clandestinos, vagos, chulos y prostitutas, hasta que comprendió lo esencial:

Sobre un vidrio construimos

“Himnos a la Muerte” es un libro que contiene destiladas las experiencias y reflexiones de una sensibilidad a flor de piel, expresadas en una lengua sencilla y emotiva, que muestran la madurez de un poeta que une la sensualidad extrema con una espiritualidad original. Más que “Himnos a la Muerte”, este poemario debería titularse “Himnos al Amor”.

Francis Mestries

Ciudad de México, Septiembre de 2015

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